Panamá, entre dos mundos.

Rascacielos en la zona de Paitilla. Ciudad de Panamá

Entre la América del Norte y la del Sur, entre el océano Atlántico y el Pacífico, el istmo que ocupa el país es tierra de contrastes extremos.

Texto: (C) Miguel Mañueco

Bailes como el Gallote, Hamaca, Camarón, dureli son habituales. Tribu Embera. Comunidad de Ipeti. Panamá

“Y a continuación, la Danza del Murciélago”, proclama el jefe del poblado emberá de Ipetí y las mujeres comienzan su baile al son insistente de tambor y flauta. Una detrás de otra, ataviadas sólo con una colorida falda, con el pecho al aire y una cinta rodeando su frente y su cabello, su coreografía es sencilla, primitivamente simbólica. Antes, ellas mismas y varios hombres, cubiertos sus delgados y pequeños cuerpos con alargados taparrabos, se han afanado en mostrar a los visitantes sus más tradicionales tareas: la bebida que sacan de moler la caña, el plátano asado en la hoguera, las pulseras y collares de cuentas, el trenzado ornamental de la hoja de palmera. “Hacemos lo que podemos para preservar nuestra cultura”, señala el jefe en un castellano que delata que no es su lengua materna, “aunque ya no nos comunicamos con los espíritus de la naturaleza y somos cristianos; bueno, a medias”.

Los emberá son una de las etnias autóctonas que en el Panamá moderno han conseguido ser tenidas en cuenta y, al fin, respetadas. Trabajan la tierra de forma comunal y ahora intentan sacarle algún partido al turismo, siguiendo el ejemplo de los kuna, visibles por todo el país, inconfundibles por las trazas tan asiáticas de sus atuendos tradicionales, y orgullosamente mantenedores de lo suyo en su territorio autónomo del archipiélago de San Blas, en la costa caribeña. “Ahora tenemos escuelas, y nuestros hijos hablan bien el español y visten de uniforme, pero ya ven: seguimos viviendo en estos rudimentarios palafitos de madera, sin agua ni luz”. Ya nos ha llamado la atención, señor jefe emberá, y no deja de parecernos increíble que esta y otras muchas aldeas estén a tan sólo una hora o dos de la moderna parafernalia y el futurista skyline de Ciudad de Panamá.

Barrio de San Felipe. Panamá

Fue tal estampa de mega urbe, aunque sólo tenga un millón de habitantes, la que se llevó la atención cuando el avión empezó a descender hacia la capital, a pesar de que lo que todos queríamos reconocer era la grieta líquida del famoso Canal. Rascacielos inverosímiles y apretados unos con otros que no paran de crecer a orillas del Pacífico, porque mientras tantos siguen retenidos en existencias primitivas y subsistencias escasas, la prosperidad vuelve a asomar en la capital: que no, señores inversionistas, que no hay crisis que valga; que en cuanto se terminen las obras de ensanchamiento del Canal, aquí no ha pasado nada; y que siga el rico fluir de los barcos aún más gigantes, y que no decaigan las ventajas fiscales. Al cielo parecen invocar tantas torres de apartamentos, bancos y empresas; y sin embargo el argumento de las calles a ras de suelo es el narrado por discontinuas y desgastadas aceras y por el denso tráfico de coches nuevos y viejos en constante “tranque”, que es como aquí llaman al atasco. Ahí parecen quedarse petrificados los autobuses urbanos, todos ellos viejísimos vehículos escolares comprados a Estados Unidos e imaginativamente disfrazados de dibujos y colores.

Tramo peatonal de la Avenida Central. Ciudad de Panamá

A Vía España se asoman todos los nombres universales del consumo, y lo hacen al estilo americano, con grandes letreros luminosos que inundan la calzada. El laberinto de estímulos resulta turbador pero también incitante. El contraste está también en los establecimientos, que sobrepasan con holgura la línea de la modernidad o rozan sin remilgos la estética de lo obsoleto. Así ocurre en la peatonal Avenida Central, adonde acuden los panameños de a pie a comprar barato, con la parsimonia de su multirracialidad, heredera sobre todo de las gentes traídas para la construcción del Canal. Más allá, se abalanza sobre el mar la península sobre la que se levanta San Felipe, la parte colonial declarada Patrimonio de la Humanidad y en realidad el segundo intento fundacional, pues las ruinas de Panamá Viejo, destruido en 1671 por Henry Morgan, están al otro lado de la bahía.

Exclusas de Miraflores. Panamá

“Déjese de historias y vaya a rumbear al Causeway”, insiste el taxista, y ahí que vamos: centros comerciales de lo más in, restaurantes tradicionales y modernos y discotecas atronadoramente felices. Y todo en el extremo del largo muelle que protege la entrada del Canal. Tarde o temprano le llegará el turno a cada uno de los barcos que aguardan anclados en torno a la entrada. Unas diez horas de tránsito hasta dar con el Atlántico, a través de frondosas junglas y de las instalaciones militares dejadas por los estadounidenses y hoy convertidas algunas de ellas en maravillosos hoteles; como el Meliá Panamá Canal, asentado en lo que antaño fuera la Escuela de las Américas, el centro donde la CIA formaba a futuros dictadores latinoamericanos y con alumnos tan aventajados como Augusto Pinochet. “Lo que aquí no pase… De verdad que somos diferentes a nuestros vecinos, aunque en Colón no nos enteramos de mucho”, proclama un dependiente de una de las muchas tiendas de la conocida zona libre de impuestos de esta ciudad, situada en la boca caribeña de Canal. Algún sabor de La Habana tienen sus calles, con sus viejas fachadas muy coloridas o muy desconchadas, transitadas por una población mayoritariamente negra y que en muchos casos, debido a sus diferentes procedencias caribeñas, se expresa en un ininteligible inglés dialectal. Aunque bien es verdad que los anglicismos resuenan incesantes por todo el país. “Oye man, esto es muy nice“. Pues vale.

Pulseras de una indigena Kuna. Panamá

Muy jamaicano se antoja el ambiente de la ciudad de Portobelo, también en la costa del Caribe y origen del nombre del célebre mercadillo londinense, donde fue a parar por ser el lugar donde la leyenda sitúa la tumba de Francis Drake. Desde luego, el británico pirata murió atacando las fortificaciones de esta ciudad, de donde salía gran parte del oro hacia España, y que aún conserva la Real Contaduría. Alrededor del muy castellano edificio, actualmente museo, y de la iglesia, se mueve la densa y lenta atmósfera, empapada de calor y humedad, y los turistas se afanan en que se dejen fotografiar las mujeres kuna que venden, como por todo el país, sus populares molas, telas ornamentales de rico colorido. “Si les da un dólar o dos, dejarán de ser tan reacias”, apunta un joven de cara sonriente y envuelta en rastas que insiste en mostrarnos la demoníaca máscara roja con la que delirantemente danzará, junto a los otros Diablos Rojos, al ritmo muy africano de los tambores que resuenan por toda la ciudad en el Miércoles de Ceniza. Ahuyentar el mal, esa es la cosa. Eso quisiéramos todos.

Más fácil será que los malos rollos nos dejen en paz, o al menos nos den un respiro, en la plácida ceremonia

Cayo Coral. Islas de Bocas del Toro.

vacacional de Bocas del Toro, un caprichoso laberinto de islas y penínsulas bañadas por el Caribe no muy lejos de la frontera de Costa Rica. Ya se sabe: playas soñadas, embriagadas de palmeras, clara arena y mar turquesa; resorts con tramoya de paraíso, deliciosos restaurantes, y bares y discos empeñados en la diversión a toda costa. Pero también sincero sentir: el de la población local, muy similar a la de Portobelo, y con sus propias notas en la cantinela que destilan las curiosas construcciones de madera de la ciudad principal. La autenticidad es también la de los muchos panameños que vienen aquí de vacaciones; porque a los lugares de la costa pacífica, como Playa Blanca, ya van los fines de semana. Y si quieren montaña, vida campestre y calor atenuado, se dirigen a El Valle; y si se pirran por la aventura, pues aún quedan en su pequeño país zonas selváticas donde perderse, como el parque nacional de Darién, en la frontera con Colombia. “Allí también hay emberás -recordaba el jefe de Ipetí- y ellos sí que hablan con los espíritus de la naturaleza, pues les hacen mucho más caso”.

Texto: (C) Miguel Mañueco

DATOS PRÁCTICOS

Información

CATA (Agencia de Promoción Turística de Centramérica), en Madrid: Capitán Haya 56, 6ºA, tel. 915 720 854, www.visitcentroamerica.com

Llegar y moverse

Desde Madrid, Iberia (www.iberia.com) tiene vuelos directos a Ciudad de Panamá. Desde países del entorno, con TACA (www.taca.com). Para moverse, lo mejor es alquilar un coche, pues el país es bastante seguro y tiene infraestructura suficiente.

Exclusas de Miraflores. Panama

Es emocionante ver el skyline de la capital y el Canal desde un helicóptero (Helipan Corp., tel. (507) 315-0452/53, www.helipan.com.

Dormir

El Gamboa Resort (tel.: 314 9000, www.gamboaresort.com, precio medio: 180 €) ocupa antiguas instalaciones americanas a orillas del Canal. En plena Vía España, corazón de la capital, está El Panamá (tel.: 215 9000, www.elpanama.com, precio medio: 115 €), todo un clásico. En Bocas del Toro, “flotan” sobre el Caribe las deliciosas cabañas-palafitos del Punta Caracol (tel.: 612 1088, www.puntacaracol.com, precio medio: 200 €).

Comer

Plato de mero.

En la capital están El Trapiche (Vía Argentina, tel.: 269 2063, precio medio: 10 €), muy popular entre los panameños por su cocina tradicional; o los muy concurridos restaurantes del complejo Flags (tel.: 314 1536, precio medio: 12 €), al final del Causeway, con espléndidas vistas de la ciudad y especialidades panameña, japonesa, italiana y tex-mex. En Bocas del Toro, está El Laurel (Calle Tercera, tel.: 587 6716, precio medio: 8 €), de buena calidad y muy animado.

Escrito por Santiago

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