Alpes Dominicanos. Paisajes con corazón

Preparando la terraza para el desayuno. Hotel Guaraguao. 1400 mts de altitud sobre el valle de CONSTANZA. Caribe

Espina dorsal de República Dominicana, la autopista Duarte nos aleja de la capital, Santo Domingo, y del paisaje llano de la costa sur, poblado de cocoteros y envuelto en una densa neblina de calor, hacia el norte, hasta arribar a las primeras montañas que definen el valle de Bonao. Y ya se cuelan los primeros pinos y la primera brisa fresca, que difumina la cortina de vapor para que en la escena reine la mancha plateada del lago Limón, rodeado de plantaciones de “naranjas chinas”. ¿Chinas?…

Texto: (C) Miguel Mañueco

Paisaje de lomas y praderas en JAMAO DE SALCEDO

“Bueno, esa vaina —palabra comodín muy usada por los dominicanos— es porque fueron colonias de chinos las que las plantaron”, replica Doaldo, con la mirada perdida más allá de la carretera y visiblemente emocionado al reconocer los primeros trazos de su tierra. Y más cuando ya divisamos la cima del Pico Duarte, que, con más de tres mil metros, es la montaña más alta de todo el Caribe. “Ya tengo ganas de que lleguemos a Casabito”, entona Adalgisa, agarrándose al sentir de su marido. “Allí se apareció la Virgen sobre un naranjo y construyeron una ermita, hasta la que llegan peregrinos de todo el país. Hay que comprar una vela y una naranja, y después orar”. Las mieles abstractas del más allá para endulzar las carencias reales del más acá.

Ermita de la Virgen de Altagracia en Casabito, Constanza . Valle de Bonao

Para nosotros el más allá es el panorama que, desde la alta curva que ocupa la ermita, es una auténtica bendición: ahí está ya el valle de Constanza, el más alto y “alpino”, el más carismático de todos. Los pinos ganan terreno, mecidos por la brisa cada vez más fresca. Dulce sentir el de una temperatura tan ideal, a la que se deben los amplios y rebosantes campos cultivados del valle: repollos, tomates, patatas, cebollas, ajos… Todos ellos muy generosos, dispuestos a más de una cosecha al año. Su aroma inunda el aire mientras resplandecen en la luz dorada de la tarde, y a uno se le olvida que son solo productos “de andar por casa”.

Pueblo y valle de CONSTANZA

Un pueblo y otro, y otro más, todos agarrados a la carretera, hilera discontinua de casas de madera o cemento, humildes pero con el gesto digno y gustoso que les dan sus vivos colores. Alguno de los edificios con más prestancia será la municipalidad, y otro la escuela, de donde salen y entran los escolares, todos impecablemente uniformados. Da gloria verlos desfilar a lo largo de carreteras y caminos: las niñas muy expresivas con sus peinados afro, los niños alegres como ráfagas de viento, aunque tengan que caminar varios kilómetros para volver a su hogar en La Palma, La Ciénega, El Convento, Valle de Tireo, Tireo en Medio… Entonados en el suave acento de Adalgisa, los nombres de los pueblos componen la misma música que parece fluir en el paisaje: las laderas dóciles, los bosques amables, los ríos que abrazan la tierra y saltan con elegante gracia en cascadas como la de Aguas Blancas. La misma luz que las gentes que compran en los colmadones (tiendas-bar con un poco de todo), que se bañan y lavan sus ropas en los ríos y arroyos, que charlan pausadamente en el puesto de raíces de apio, que juegan al billar en un rústico bar.

Jugando al billar en el bar ABB de CONSTANZA

“El dictador Trujillo quiso, allá por los cincuenta, blanquear la raza y desarrollar la agricultura, para lo que atrajo aquí a japoneses, españoles y húngaros”, nos cuenta Doaldo. Los húngaros no encajaron, pero españoles y japoneses cumplieron su papel: a ellos se deben las acequias y métodos que hicieron posible el esplendor agrícola. Todavía hay en la ciudad de Constanza dos barrios

La familia de Yoko Nishio con sus hijas. Constanza

llamados Colonia Japonesa y Colonia Española, donde aún vive alguna de aquellas familias, pues las demás se fueron a Santo Domingo, Venezuela o Argentina, o volvieron a su país. Ahí está Yoko Nishio, que en su casa, donde se mezclan dibujos manga y estampas dominicanas, habla con entusiasmo de la labor de mantenimiento de la cultura nipona: “Vengan conmigo al Club Japonés de Constanza”. Y fuimos, y Adalgisa se encontró con una amiga de rasgos orientales que enseñaba caligrafía nipona a cuatro niños. Más tarde, en el barrio español, la emoción nos tocaría más a nosotros mientras escuchábamos a la anciana Lola Grau, nacida en Valencia, relatar los duros momentos de la llegada “cuando en aquel barracón sólo oía el constante croar de las ranas”.

En la primavera incesante de la ciudad de Constanza pasan sus vacaciones muchos dominicanos de la costa “para descansar del calor”. Así que hoteles no faltan, y cuanto más altos más posibilidades de usar esas chaquetas y jerseys que en los armarios de Santo Domingo duermen el sueño eterno. Hay que abrigarse bien por la noche en Rancho Guaragua, un resort de cabañas seudo alpinas a 1.400 metros que por las mañanas amanece por encima de las nubes, espesas y perezosas, que se tomarán su tiempo hasta dejar que el sol se cuele en el valle.

La Sra. Deyanina Altagracia y su hija Yasmin Michel viven de la venta de apio. El Rio de Constanza

Hay que atravesar el cielo y los montes para dirigirse a Jarabacoa, otro de los valles bien conocido por los dominicanos, a menor altitud, con el mismo paisaje, aunque ya con bananos y palmeras. De nuevo sin chaqueta y con las emociones enteras, a través de difíciles caminos de tierra, transitados por muchachos mulatos a lomos de caballos, que miran el coche con cierto desdén. Porque ellos llegarán mucho antes a las calles de la ciudad de Jarabacoa, amalgama de tiendas de todo tipo y a precios bajos, eclosión de gente que se afana en sus compras sin perder la buena compostura de la serenidad. Sobra el tiempo, y habrá un momento para comer una arepa o un yaniqueque (torta de yuca) acompañados de una cerveza Presidente en cualquiera de los improvisados bares y restaurantes. O para bañarse en el Salto Jimenoa o en La Confluencia, el bonito escenario donde el río Yaque del Norte desemboca en el Jimenoa, y en cuyos chiringuitos suenan atronadores el merengue y la bachata.

A los ríos y arroyos van muchos de los campesinos a “echarse un agüita”, porque generalmente en sus bohíos, las pequeñas casas de madera pintadas a menudo de azul celeste o rosa, no hay baño. Cruzan la carretera envueltas en toallas las esbeltas mulatas para llegar a la orilla. Luego, si es fin de semana, se colocarán en el pelo unos rulos enormes y multicolores, y con ellos pasearán por la calle durante horas, montadas en sus andares firmes y elegantes. Al día siguiente, lucirán bellas y exóticas en misa, o en la fiesta familiar, o en las discotecas, donde se encontrarán con los hombres, que durante el día habrán asistido a una pelea de gallos o a un partido de béisbol.

Tabaqueria Carbonell, en VILLAGONZALEZ. Al norte de Santiago de los Caballeros

El acicalamiento de las mujeres más mayores será esmerado el 24 de septiembre, día de peregrinación a la ermita de El Santo Cerro, allá donde Colón llegó y, al contemplar la tremenda fertilidad del gran valle que se abría a sus pies, lo llamó La Vega Real. Y allí mismo, en ese cerro, plantó una cruz hecha de madera de níspero. El Cibao, nombre taíno de La Vega Real, es la dilatada grieta que separa la sierra Central de la Septentrional, y todavía hoy dejaría maravillado a Colón y a cualquiera. Es un gran espectáculo el de este enorme valle, “ávido de sacar de sus entrañas cualquier cosa que se le pida: café, tabaco, cacao, plátanos, arroz…”, enfatiza Doaldo, que después jaleará sus recuerdos de adolescente juerguista en las calles de Santiago de los Caballeros, que ocupa el centro de El Cibao. En la amalgama urbana que es esta ciudad, a la que le queda poco de sus ecos históricos, los mercadillos se aprietan como bazares orientales. Allí Adalgisa compra de todo “porque es más barato que en Santo Domingo”.

Santiago de los Caballeros. Republica Dominicana

“Y ya, que hay que ir a la sierra Septentrional”, la apremia Doaldo. La magnificencia del paisaje y la donosura de la gente son las mismas en Jamao, donde hace unos años se habilitó una ruta del café, con la que se espera que los habitantes de la zona despierten a la iniciativa de un turismo rural sostenible. Sí, pero que nada tuerza la sonrisa y el sosiego.

Miguel Mañueco

INFORMACIÓN PRÁCTICA

Información: Oficina de Turismo de la República Dominicana. General Yagüe, 4, pta.12. 28020 Madrid. Tel.: 91 4177375. www.godominicanrepublic.com

Cómo llegar: Air Europa ( www.aireuropa.com) e Iberia (www.iberia.com) tienen vuelos directos desde Madrid a Santo Domingo.

Hoteles

Rancho Guaraguao (Las Neblinas, Constanza. Tel.: 809 566 3865. www.ranchoguaraguao.com. Desde 43 €). Bungalows de

Hotel Rancho Guaraguao

diferentes estilos situados a gran altura y con una espléndida vista del valle de Constanza.

Rancho Baiguate (Jarabacoa. Tel.: 646 727 7783. www.ranchobaiguate.com. Desde 40 €). Cabañas y bungalows al lado del río Baiguate y con todo tipo de actividades deportivas.

Restaurantes

Lorenzo (calle general Luperón, 83. Constanza. Tel.: 809 539 2008. Desde 8 €). Platos tradicionales dominicanos. Especialidad en conejo guisado.

Aroma de la Montaña (Urb. Jamaca de Dios. Jarabacoa. Tel.: 829 452 6879. www.aromadelamontana.com. Desde 10 €). Platos internacionales y locales y estupendas vistas panorámicas.

Compras

Productos de los campos de cultivo, como café, flores o fresas (especialmente en Jarabacoa).

Escrito por Santiago

No hay comentarios

  • Anna dijo

    Miguel, es un verdadero placer leerte ! Tus reportajes nos hacen viajar, soñar y sentir sin movernos de casa (es bueno y malo… je je). Sigue publicando, por favor. Y gracias…

  • Anna dijo

    Miguel, es un verdadero placer leerte ! Tus reportajes nos hacen viajar, soñar y sentir sin movernos de casa (es bueno y malo… je je). Sigue publicando, por favor. Y gracias…

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