ETAPA 22: PONFERRADA — VILLAFRANCA DEL BIERZO (23 km)

El paisaje de El Bierzo es una bendición tras situar el ánimo y el sentimiento. Efectivamente ahora sólo hay que dejarse llevar, y eso es fácil entre viñedos, huertas y frutales, verdor debido al buen clima que propicia la protección de las cadenas montañosas que rodean la comarca. El encanto estético está también en los pueblos, con sus fachadas de piedra y sus tejados de pizarra, como Cacabelos, que se atraviesa por la Calle de los Peregrinos. Recorrido prácticamente llano hasta llegar a Villafranca del Bierzo, otro hito básico del Camino, cuya trascendencia podría explicar muy bien Jesús Jato, personaje de casta jacobea que recibe a los peregrinos en su albergue, cercano a la iglesia de Santiago, templo románico donde recibían bendición jubilar aquellos peregrinos cuya fatiga o mala salud no les permitía seguir adelante. Se palpa el ambiente de caminantes satisfechos con todo lo superado en esta bella localidad, fundada también por franceses y bien perfilada en su arquitectura bercense y en el porte de su Plaza Mayor y de monumentos como los palacios de la Calle del Agua, el castillo de los Marqueses de Villafranca o el convento de la Anunciada, levantado sobre el Hospital de San Roque, donde, según la tradición, se albergó san Francisco de Asís.

(C) Miguel Mañueco

ETAPA 23: VILLAFRANCA DEL BIERZO — O CEBREIRO (28 km)

La niebla de amanecer, que acaso difumine los campos bercenses, no mitigará  el premeditado entusiasmo a la hora de emprender esta etapa. Hoy se entrará en Galicia, y eso es toda una marca en el ánimo, aunque casi todo el tramo transcurre aún por tierras leonesas, en una camino paralelo a la carretera que no requiere tanto esfuerzo. El paisaje, cada vez más denso, será una eclosión de verdor en la sierra de los Ancares, entre brezo y bosques de castaños, robles carvallos y hayas, salpicados por caseríos de negros tejados, hórreos y las famosas pallozas, tradicionales construcciones de forma circular y tejado de paja. Estas características se intensifican, pasadas La Faba y Laguna de Castilla, últimas localidades leonesas, cuando se inicia el ascenso de siete kilómetros hasta O Cebreiro. La llegada a este simbólico portal de Galicia, muy a menudo entre la bruma que parece inmaterializar las pallozas y todo su perfil de poblado prerromano, es un momento de exaltación para todos los peregrinos. A 1.300 metros de altura, este hermoso y misterioso escenario no deja indiferente a nadie, por muy concurrido que esté, tesitura sólo evitable en invierno. Aquí sí que fluye de verdad el espíritu.

ETAPA 24: O CEBREIRO — SARRIA (38 km)

Bajada a los suaves valles de la provincia de Lugo, entre cuyas aldeas, prados y bosques, el buen humor apenas dejará traslucir la fatiga acumulada, que es mucha pero que apenas se siente porque todo lo esponja ese espíritu que seguirá siendo liviano hasta Santiago. Jornadas de cansancio alegre que discurrirán por Triacastela, donde los peregrinos medievales cogían una piedra de sus canteras de cal que aportarían para la construcción de la basílica en Santiago. Hoy sólo hay que decidir por qué ruta seguir entre las dos alternativas que se plantean para llegar desde aquí hasta Sarria. La vertiente que pasa por San Xil atraviesa cuestas, bosques, pedregales y pueblos como Calvor, que conserva detalles del antiguo castro sobre el que se asienta. La otra opción es menos trabajosa y pasa por Samos, cuyo imponente monasterio benedictino es un emblema cultural gallego y uno de los más antiguos de España, pues en su origen data del siglo VI. En Sarria, meta final, hubo varios hospitales de peregrinos, como el actual monasterio de La Magdalena. Parada y fonda en uno de los albergues gestionados por la Xunta que jalonan todo el tramo gallego.

ETAPA 25: SARRIA — PORTOMARÍN (22 km)

Otro gozoso amanecer en la aventura que está a punto de terminar. Sí, ¿pero cuánto queda para avistar Santiago? Un mojón antes de Ferreiros lo deja bien claro: 100 kilómetros. Eso está hecho. Y más en estos tiempos en que a esta distancia el romero no se ve, como en el Medievo, asaltado por timadores que les prometían acomodo en la ciudad del apóstol a cambio de “un adelanto”. Para defender a los inocentes peregrinos nació en 1170 la Orden de Santiago en el desaparecido monasterio de Santa María de Loyo, cerca de Vilachá, uno de los pueblos de este tramo. Ahora sólo hay que estar atento al barro en los suaves caminos que pasan junto al embalse de Belesar o ese ejemplo de románico gallego que es la iglesia de Santiago en Barbadelo, y se asoma al río Miño ya en la meta. El viejo y original Portomarín fue engullido por las aguas del mismo embalse de Belesar. Menos mal que la iglesia-fortaleza románica de San Nicolás, erigida en el siglo XII por los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, fue trasladada piedra a piedra al nuevo Portomarín, construido en 1960.

ETAPA 26: PORTOMARÍN — PALAS DE REI (24 km)

El arbolado, salpicado por casas aisladas y hórreos plenamente gallegos, mitiga de alguna manera la constante subida que, aunque suave, constituyen los primeros kilómetros de este trecho en su ascensión al Alto de Ligonde. La cuestión ahora es, una vez más, dejarse llevar, pero no por eso ceder a la prisa que, sin querer, produce el hecho de saber que Santiago ya está “ahí mismo”. Siempre habrá algo en el Camino que retenga el paso: los castros celtas del área de Gonzar, la iglesia románica del Salvador de Vilar de Donas (algo apartada de la ruta), la capilla de la Magdalena de Narón (antiguo hospital de peregrinos), el cruceiro de Lameiros, el cementerio de peregrinos de Ligonde… También son visibles varios castros celtas en el final de etapa, Palas de Rei, nombre seguramente debido a ser sede del palacio del rey godo Witiza. Palaciego parecerá el albergue a la hora del reposo.

ETAPA 27: PALAS DE REI — ARZÚA (28 km)

Hoy se pisará finalmente la provincia coruñesa, lo que incrementa el feliz alborozo y las ganas de adelantarse a la celebración. Pero habrá que moderarse, pues aún quedan 67 kilómetros hasta Santiago, y de nuevo no han de faltar motivos de distracción, en cuanto se abandone Palas de Rei por el Campo dos Romeiros. Además del fatigoso entretenimiento que proporciona el perfil de este tramo de constantes subidas y bajadas, no lejos del itinerario quedan el castillo de Pambre y los Pazos de Ulloa, escenario de la célebre novela de Emilia Pardo Bazán. El último municipio lucense es Casanova, y en Leboreiro, primera población coruñesa, un cruceiro preside la calle Mayor, no lejos del antiguo hospicio de peregrinos. Más adelante, el antiguo Hospital de Ponte de Ribadiso es hoy un estupendo albergue. El reconocido queso de Arzúa probablemente acompañará el amago festivo de la noche anterior a la llegada definitiva.

ETAPA 28: ARZÚA — SANTIAGO DE COMPOSTELA (39 km)

Larga se va a hacer esta andadura, porque efectivamente la distancia que se recorre lo es y porque no se puede evitar el acelere que las ganas de llegar provocan. Así que a tomarse con toda la calma posible las constantes subidas y bajadas, sobre todo cuando se terminan bosques y aldeas y, a partir del aeropuerto, comienzan las carreteras y rotondas. Antes, se habrá transitado por pueblos como Lavacolla, donde los romeros de antaño se lavaban y acicalaban para presentarse decentes ante el apóstol. Y, al fin, ascendido el Monte do Gozo y sobrepasada la sensación de mundanal ajetreo que da el enorme albergue y las instalaciones multiusos, ahí están: las reconocibles torres de granito oscuro de la ciudad anhelada y el sentido final de una vivencia que muy pronto se ha a echar de menos. Desde aquí, los peregrinos medievales, y también posteriores, caminaban descalzos y con sus destartaladas sandalias en la mano hasta llegar a la plaza del Obradoiro. Los de entonces, que contemplaron la basílica románica, y los de ahora, que vislumbran la famosa catedral barroca, sentirán una desbordante emoción, que animará incluso a los más escépticos y agnósticos a seguir los rituales religiosos para sentir que aún siguen formando parte de ese “mundillo” que les ha mantenido apartados de sus propias rutinas y asuntos durante el último mes. Luego habrá que disfrutar la envolvente monumentalidad de Santiago: el maravilloso Pórtico de la Gloria, las plazas que rodean la catedral, el Hostal de los Reyes Católicos, la acogedora arquitectura de las rúas y sus bares…

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Aunque quizás la aventura se alargue, pues se ha decidido continuar la andadura hasta el cabo de Fisterra o Finisterre, como han hecho desde siempre muchos peregrinos. No es decisión baladí, pues se trata de seguir otros 90 kilómetros más, en tres etapas con parada en Negreira y Olveiroa, a través de la sinuosidad y el encanto de la Galicia rural. Sentarse al fin sobre los acantilados de Fisterra, bajo la vigilante presencia del faro y frente a la inmensidad inaprensible de océano Atlántico, será una sensación por la que habrá merecido la pena el esfuerzo extra. Claro que ahí no se acaba la Tierra, como pensaban los romeros medievales, que hasta creían escuchar el chisporroteo del sol hundiéndose en las aguas al atardecer, pero aun así el lugar resulta sobrecogedor. Ahora sí: fin de los mundos de la aventura y vuelta al mundo cotidiano.

Texto: (C) Miguel Mañueco

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